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La errancia como mambo 
Sobre Pordioseros del Caribe de Johan Mijail

Por Samuel Ibarra Covarrubias

El arte organiza el vacío, nombra visualmente en parte los pedazos rotos y yuxtapuestos de algo como un protoalfabeto, desperdigado e informe que al menor estímulo de luz y sonido se reordena y compone una nueva y siempre abierta estructura significativa.

Las ráfagas de palabras y colores que van modelando el paisaje visual de una superficie  de escritura conservan en sus milimétricos recovecos capas de voces, luces y opacidades, texturas movedizas que alojan los trozos de un algo que se compone y descompone permanentemente cuando se repasa lo escrito, lo cantado, cuando se desmadeja con los ojos el relato.

 

Todo lo visible está tallado en lo tangible, todo ser táctil está prometido en cierto modo a la visibilidad -sugiere Merleau-Ponty- dando densidad a ese proceso extraño y denso de comprender lo que se mira, de tocar el objeto con la mirada. La batalla entre imagen y materia destotaliza la comprensión unívoca de un objeto, generándole un aparecer movedizo, zigzagueante y líquido, lejos de la falsa totalidad, esa  saturada de imágenes externas que socavan irremediablemente los conflictos  singulares de las memorias de un sujeto, y de un pueblo o una cultura.

 

Sobre el merodeo de algunas de estas claves ingreso al texto de Johan Mijail que editorial Desbordes puso en circulación el 11 de diciembre del 2014. Se trata de un texto experiencial, en primer término, que vocaliza un recorrido biográfico y cultural de un muchacho de su tiempo, de un chico hijo de los mass media y su sensibilidad pos material, hijo de la citas transculturales, poseído por los sonidos de la imagen y la imágenes del sonido. Pordioseros del Caribe encierra una rica complejidad que se va develando, apareciendo y vuelve a reponerse en los trayectos escriturales que plantea.

Los libros se constituyen como tales cuando comienzan a ser leídos; en ese sentido Pordioseros del Caribe comienza desde hoy a construir su materialidad lectiva, como isla flotante a la deriva de un horizonte que lo  encuadre.

 

Los materiales de Johan Mijail


Conocí al autor hace tres años, en un evento cultural en la capital de República Dominicana, Santo Domingo, lugar al que había sido invitado (yo) a un festival de performance. Dialogamos sobre culturas caribeñas, músicas y literaturas, historia y política, desde la invasión yanqui en los 60s hasta las acciones performáticas del gran artista dominicano Silvano Lora. Caminamos por el vital Santo Domingo mientras MisterManyao-el chelaco.com-y Zacarías Ferreira musicalizaban de dembow y bachata el moreno ajetreo urbano. Cientos de camionetas 4x4, geepetas, con sus radios a todo dar viviendo con desenfreno el día a día, negras declarando su amor vía celular a toda boca, locos, motonetas, motoconchos rugiendo su potencia, paraíso pirata de dvs y cds, vitrinas con ropas brillantes, oropeles, helados de hielo colorido, haitianos sacados de una imagen del África ancestral vendiendo descalzos queso envuelto en hojas, santería vudú en las esquinas. Pinochet y Trujillo, el dictador moreno que se blanqueaba la cara con polvo blanco, aprecian en nuestras conversas sobre los quiebres de la palabra y  reflujos heterocrónicos. Mijail recitaba de memoria a Aída Cartagena Portalatin, declamaba de corrido fragmentos de La Mujer Rotade Simone de Beauvoir, invocaba a la diosa amarilla Anaísa y se fundía Candelo-Shangó, para introducirse en su universo de indio taino post punk. Llora cuando piensa en el asesinato de las hermanas Mirabal. Tiñe su rostro con sangre para espejarse en los tristes. De ahí a su aparecer cocolo, guloya y gagá de su puesta en escena.

 

Pichimpichimpichim te llama la carne, África en los ojos, la sangre hirviendo, la esperma urgente, el diablo en el pelo, camina y baila sobre las brasas de un merengue apambichao y  gesticula saludos secretos a los misterios. Camina de ojos abiertos y cerrados, pa´elante y pa´trá, Mijail conoce su ciudad, su entrañable Santo Domingo, su nueva yol chiquito, donde da pasos con un cuerpo ardiente que se te ofrece por amor, o con un pistolón que te lleva al diablo en cuerpo y alma. Durante un tiempo, Mijail vendía disfraces, vestidos de lujo, piezas extravagantes, lentejuelerío, trajes de espejos, indumentaria vistosa para megadivas televisivas, locos o delirantes reinas de belleza que amaban el color y la droga. Las prendas de primer orden, eran recolectadas en ferias de pulgas y montoneras de ropa  gringa a precio de huevo. Esa escritura recolectiva le enseña a Johan Mijail las políticas de la ironía y el disfraz, la cultura del parche, le enseñan a entrar y salir de otros cuerpos, aprende que el cuerpo es cárcel, hospital o manicomio, o celestial santuario. Ese cuerpo ataviado de brillos, sangre y oro, produce sueños, emite y transmite mensajes, como animal de rutina y depositario de memorias mestizas, rojas, negras y blancas.

 

Mijail abdica de un cuerpo solemne y hedonista y adhiere a cuerpos mutacionales, sinuosos, privilegia posibilidades formales, pone a circular cuerpos significantes, cuerpos bisagras entre sujetos y sus realidades. Cuerpos tatuados, rotulados, citados. Contribuye con éxito en desatar la geometría imposible del Caribe.Toma rostros de estrellas de televisión desvencijadas, épocas de gloria del mercado del disco, merengueo dj, chercha y romo. Elabora una argamasa que, despótica en su bolso, se lo monta y sale otra vez a caminar.

 

Errancias


Pordioseros del Caribe carnaliza la voz de una errancia, un recorrido sin promesas fuera del sistema del intercambio, una  suerte de aneconomía que se arma de lo que otros han dejado botado, los restos de un carnaval, un fin de fiesta. La errancia de estos sujetos que han optado por el nomadismo se asienta en su pura intuición y búsqueda de sentido en lo que perece, nace y renace. La errancia como figura del desplazamiento sugiere un acontecer marcado por las intensidades en candela, en el fulgor de lo que está condenado a desaparecer, alegre y sin retornos, indefectiblemente hacia la extinción.

 

La voz del texto se alimenta de imágenes, muchas quebradas, otras relucientes. La voz presta su material para que hable la historia, el futuro, también a veces en clave retro o declaradamente anacrónico, para que así la velocidad cronológica no se lo trague todo y no todo sea deglutido en la pantalla. Todo en movimiento, girando al paso del ojo que sube y baja por escaleras, pasadizos, moles, bateyes, barrios, avenidas, calles pobladas de cuerpos, atiborradas de locales comerciales; La Churchill, La  Kennedy, Villa Consuelo, El Conde.

 

Allá  van los Pordioseros del Caribe, con sus trajes de papel periódico y vestidos de brillo viejo como una alegoría anarco-barroca de refundación y expurgación toponímica. Allá van los mendicantes medievales con pabellones de pueblos  muertos, levantando los nombres de los vencidos y los suicidas que se bajaron del avión para hacer el recorrido palmo a palmo, masticando alfabetos abakuás o bailando los tecnomerengues  de Kinito Méndez.

“Dale con palo palero, dale palo palero, palo palero”, dice Kinito, pide levantar el arma bendita de los antiguos para que llueva café y se vaya el espanto.

 

Los Pordioseros del Caribe son una conjunción de voces que recorren unas planimetrías dispares e imposibles de ecualizar, una definición geográfica repleta de palabras salvadas del enmudecimiento, rescatadas por el autor para dejarlas como altar portátil. Disposición y  fotografía de imágenes tardo-modernas, signadas por la reunificación sostenida a la que el dogma capitalístico impone a las superficies de las sociedades hipermediatizadas.

 

Los seres, los cuerpos, las voces en Pordioseros del Caribe salen a caminar para hacer del trayecto y el viaje a pie, en ejercicio que tiene por finalidad leer y releer lo ya supuestamente sabido y consabido, vale decir, activa una operación de desentrañamiento tectónico y espacial. Sicogeográfico, en definitiva.

 

Trayecto en pie, baila la calle de noche, de día


Pordioseros del Caribe está escrito con todo el cuerpo, cada parte del cuerpo escribió su estrofa, escribió la mano, el ojo, el cerebro, el estómago y la lengua, el sexo y el oído. Similar a un diagrama tántrico, la energía que toma la mano es de carácter sexual, profundamente sexualizado, una situación física muy parecida al amor. En todas partes, no solo en la cabeza, como una energía plinia que va hacia la mano. Es un texto bailable, escrito en movimiento y baile en el momento del musculo. Bailar, mambear el conatusspinoziano para atrapar al lector por el placer físico, por la erótica de la errancia. La sensualidad del movimiento y sus políticas y culturas del movimiento.

 

La calle se mueve y baila al son del pasos erotizados por las palabras. Palabras que hacen un cuerpo y un cuerpo pordiosero hecho de palabras, hace y rehace otras nuevas posibles palabras. Acá hay prosa bailada, prosa en puntas de pies, prosa sin zapatos o en zapato viejo. En diálogo musical y cuadratura rítmica, en estructura tiviritavara, de condición acuosa de poesía y documento, fronterizo entre la miseria y la maravilla, diamantes envueltos en la porquería como llama Violeta Parra a la intimidad oral de las palabras.

 

Este texto sin duda es un diálogo profundo y prolífico con las tradiciones y lecturas intelectuales con las que el autor se ha formado. La poesía sin duda, la performance, la teoría política, los feminismos, la autología del performance de la gran Josefina Báez, los poemas cantados de Rita Indiana Hernández, la música de Kinito Méndez, Los Hermanos Rosario, Johnny Ventura, las lentejuelas de Charitin Goico, la poemática de Frank Báez y Homero Pumarol, Luis Pales Matos y Sarduy a lo lejos, Luis Rafael Sánchez y Junot Díaz más cerca.

Pero tambien el texto es un espejeo con su condición cultural de sujeto antillano y la consideración de  su horizonte insular, horizontes donde se vislumbran lejanos paraísos. Son realidades insulares  como vehículos de expresión de ideas, formas y costumbres.

 

El amplio Caribe como locación, para el vagabundaje pordiosero entendido como laboratorio social nada natural, donde dos mundos identitarios se encuentran en una dinámica oceánica, transfronteriza como pueblos del mar. Como los definió Antonio Benítez Rojo; una isla repetida, construcción metafórica de una archipielización utópica de lugar y sueños. La maldita circunstancia del agua, como llamó a dicha condición el poeta cubano Virgilio Piñera. Esa condición permanente modela una voz, una piel  fracturada por una doble condición de amor y odio. Desesperación y ternura entre juegos de lo absurdo y lo real, invenciones poéticas en la verdad, pero cargadas de realidad. Se desborda así la forma  tradicional de lo ontológico y apuesta por un misticismo propio, que porta el ruido  turbio y la contingencia de su experiencia.

 

Entonces los Pordioseros del Caribe que aparecen en las letras de Johan Mijail son una multirelación de imágenes, claves de lugar, polaridades entre las naturales y culturales, nuevas autenticidades propias de una posible y supuesta modernidad caribeña.

 

El Caribe no  es solo geografía, sino fundamentalmente historias trágicas de violencias  e inmisericordes saqueos. Por eso la  belleza de la opción de Mijail,  la errancia del mendigo, el errabundaje del yo casa, abierta y múltiple, lejos de la severidad del cuerpo severo y el yo “yoista”, sino plural  y diseminado.

 

Llegó el Omega sonando el mambo, dice la estrella musical. Llegaron los pordioseros dice  Mijail, sonando la huira del locus múltiple. Con muchos centros, calles y momentos rotos, símbolos, imágenes para transformar e irradiar, para migrar y regresar, significados y cuerpos en una constante transmutación, para que la historia negra, caballero, se escriba en el espejo trizado de la escritura. Esa escritura cimarrona que huye de la fijeza y se escapa del mayoral de la historia que pretende situar quién es quién en la cultura. ¿Puede hablar el sujeto subalterno? No terminamos aún de preguntarnos, sin embargo la potencia de la imaginación política de textos como este, es dejarnos en un universo de imágenes diaspóricas, que migran hacia siempre nuevos destinos, impregnando con sus movimientos metamórficos espacios mucho más allá de los mundos que los contuvieron. Nos dejan en su estado psíquico y mítico insular, oscuro y nocturno, pero también soleado y vibrante.

Todo artista debería pretender ser un pordiosero, un clochard politizado, un esclavo fugitivo activando así una filosofía de la estética, que combate como modo  para asentar hipótesis que tengan en sus bases los fundamentos histórico-teóricos propios de la lucha del negro cimarrón, y su fuerte vínculo entre arte e ideología.

Caribeño, antillano, quisqueyano,  cimarronero y latinoamericano, Pordioseros del Caribe de Johan Mijail nos regala posibles vías para hacer deriva y diseminar el corazón por huellas caminadas ya por héroes, malandras, amantes y locos disfrazados, o ataviados por un deseo de una radical libertad.


En Santiago de Chile, diciembre 11, 2014

 

 

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ALGO ESTÁ SIENDO MAL DICHO, MALDITO
Pordioseros del Caribe. Johan Mijail. Editorial Desbordes. Santiago, 2014.

Por Roberto Ibáñez Ricóuz

 

  • ¿Es este libro singular o plural? ¿Es el tránsito de un muchacho por un mundo que nos es familiar o es el estado de cosas de un continente/ínsula entero? ¿Qué tanto nos dice este libro sobre el Caribe, Latinoamérica, África, Asia, cualquier lugar que no sea Europa o Estados Unidos? Si los libros no nos dicen nada, pues para qué escribirlos. Creo, genuina y puerilmente, en la universalidad de los libros.

 

  • ¿Cuáles son las características de una ínsula? Rodeada de agua al parecer, lejos del mundo, lejos de cualquier vecino indeseable que entrometa sus narices en lo cómodamente propio, la tensión entre la insularidad y la híper conectividad es uno de los hilos que recorren y van armando Pordioseros del Caribe. Y, a mi modo de ver, es un asunto sin resolución. Como en la cita inicial, es la llegada de la extranjería la que produce el fukú en el mundo. La pregunta es cómo nos declaramos ser isla si para nombrar a la travesti del pueblo alzamos a la Marilyn Monroe.

 

  • Es muy particular la cita inicial. La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Diaz, nos sugiere que detrás de toda tensión puesta en escena por Johan Mijail está la larga historia de sangre y dictaduras latinoamericanas. Este libro no sería posible sin esa historia vergonzosa detrás, sin ese mandato gringo de reventar las repúblicas latinoamericanas. Lo queramos o no, le debemos tanto dolor a los dictadores.

 

  • Ya está claro: Morir en una yola no es la solución. Hundirse y nadar todo el océano no es ya necesario. Estas pordioserías jamás salen de la tierra natal, sino que consumen incansablemente los estímulos de los medios masivos. Como dice el glosario de este libro: «Yola: Medio de transporte utilizado para viajar ilegalmente a la isla de Puerto Rico».

 

  • Este sería acaso un libro de múltiples preguntas y pocas certezas. Desconocer al padre será acaso una de nuestras cicatrices. Cómo armar la patria si el padre anda caminos vendiendo maní con la cara de un desconocido. ¿Quiere armar patria este libro?

 

  • Las ciudades van cambiando y este libro lo sabe. Ahora, que las ciudades cambien no es un dato menor. Hacia dónde cambian, dónde huyen, dónde es que se asienta la riqueza, dónde es que van los amantes a perpetuarse: la estatua de Colón ya no es la estatua de Colón. La ciudad aquí no es sólo el telón de fondo de un proceso de cambio actual, sino que es la proyección del estado de ánimo de la, el, los, las que hablan en estos textos tan escurridizos.

 

  • A propósito, ¿cuánto puede decir un libro sobre el actual estado de cosas? Creo que Pordioseros del Caribe jamás sale de su ínsula. Ya no hay el joven poeta caminando aterrado por Nueva York, sino que Nueva York caminando aterradora por la ínsula.

 

  • Pordioseros del Caribe es un libro al menos particular. No veo en él una pretensión de experimentar con la forma o con la agrupación de los textos. No obstante, tampoco podríamos decir a secas que se trata de un libro de poesía o de cuentos. Esos límites por lo general generan incomodidad, y son puntos de fugas por donde los libros se escurren como si de otras cosas se trataran. Más bien este libro me parece hecho de anotaciones, recuerdos, iluminaciones momentáneas, observaciones de un ir y venir urbano.

 

  • Me interesa sobre todo el cómo está hecho este libro. Del para qué y porqué ya se han ocupado bastante. He reparado en el hecho de que este libro es bastante heterogéneo en su composición. Habría en estos textos una lucha de y por el lenguaje poético entendido desde lo más simple. Decir de otra forma las cosas ordinarias del mundo. Nos apropiamos del lenguaje porque creemos que algo debería decir, deberíamos decir, o algo está siendo mal dicho, maldito. Sin duda la publicidad ha sido inteligente en recoger usos del lenguaje con el fin de vender productos específicos. Y también los medios de comunicación masiva se han colgado de estos usos de lenguaje para vender imágenes y estereotipos del mundo entero, cosa con la cual juega el título de este libro. Los atentados del 11 de septiembre, por ejemplo, no fueron más que un despliegue pirotécnico maravilloso, que vino a imponer una moral de víctimas y victimarios, mismo asunto que ocurre con hechos aparentemente lejanos, tales como el holocausto judío y el arribo al poder de la Concertación acá en Chile. El lenguaje de este libro, entonces, está en esa constante disputa entre lo medial y lo poético, entre la víctima y el victimario, sin resolverlo jamás. Y eso me parece un punto altísimo para Pordioseros del Caribe: no ocupar un lenguaje abanderado precipitadamente sobre uno u otro bando –si es que existen tales bandos. Desde el título, la portada con el código q(uee)r, hasta el glosario del final, este libro transita libremente por el lenguaje del mundo actual. Pasajes tan bellos como «¿entiendes ahora que el tiempo es un imán en esta vida de metal?» conviven perfectamente con frases como «la nevera de mi casa es Magic Chef».

 

  • O pensar este libro como construcción propia de este lado del mundo. Nada absoluto, nada completo. Apenas unos trazos juntos, algunos traperos cosidos. La imposibilidad de ser uno en una isla, la vergüenza peninsular. ¿Cómo se construye este libro, entonces? A pedazos, mezclando todo en la medida de lo posible. El Caribe no es un sola isla, sino varias; nuestro austral país no es una isla, sino muchas hacia el final del mundo. Este libro es también la lucha de la multiplicidad, la complicidad de lo incompleto y lo roto. No hallé gesto más bello que el glosario incluido en las últimas páginas; la ironía de pertenecer a una historia común y a lenguajes distantes. Aun así, este libro podría hablar de nosotros, hoy y mañana. Nuestras imperfecciones son nuestras mayores virtudes, en lucha contra el limpio lenguaje de la publicidad, de la cultura hegemónica, de los medios masivos.

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Negras pordioseras que venden el sudor

 

Presentación del libro Pordioseros del Caribe del poeta dominicano Johan Mijail

 

Por Cristian Cabello

Activista feminista del Colectivo Universitario Disidencia Sexual (CUDS) y Magíster en Comunicación Política (Universidad de Chile)

 

Hoy la ciudad de Santiago es hostil para las mujeres dominicanas inmigrantes. Son devoradas por las miradas de un patriarcado neoliberal, se cobijan en sus peluquerías para soportar una ciudad que no acoge, sino que separa. “El sentido de gueto, la visión maniquea de la realidad donde sólo caben unos; o nosotros o los otros. La necesidad de cerrar la puerta a cualquiera que no pertenezca al colectivo”, así explica la activista feminista boliviana María Galindo la experiencia de división racial. ¿Qué tiene ese caribe que hace que unas caribeñas pordioseras viajen hasta la Patagonia de América para buscar “mejor suerte” y traer el calor de sus cuerpos a un sur con icebergs y esqueletos de una pre-historia[1]? ¿Qué hace el caribe que tantas cuerpos negros se le fugan, que tantas cuerpas migran para terminar saciando la erótica capitalista de chilenos y chilenas con cuerpos que ni se imaginaban que existían? ¿Qué sabemos del caribe sino sólo su olvido?

 

     Como frustrado de tanta espera y exhibiendo la violencia que supone imaginar un futuro -en unas islas que fueron saqueadas por colonizadores europeos y norteamericanos- un poeta performer dominicano pregunta a gritos al imperio “¿Cuándo vas a contestarme el teléfono? ¿Cuándo dejarás de hablarme en inglés? ¿Cuándo me darás la oportunidad de dejar de ser esclavo y ser amo”[2]. Una  feminista negra y transfronteriza describe ese clima poético como un infierno, como un territorio donde se sobrevive con la locura. Es cierto que a veces esta locura permite sobrevivir y eso lo sabemos los y las poetas: “Yo sé que la locura es un pretexto que han inventado algunos grupos para marginar a otros grupos que se están enterando de qué es lo que está realmente pasando en este presente”, dice la voz de Johan Mijail, para luego agregar  que la locura ya es un modo de vivir: “hace ya algún tiempo es fruto de la posmodernidad, donde la gente hace todo lo posible por parecer demente”[3]. Entre la figura de una negra loca, una escritura que va pa’ llá, viene pa’ acá, “Sí, señores, tó e’ ná, cuando se vive en esta hipocresía. En esta mentira travestida de verdad. Tó e’ ná, Ná e’ tó, Tó e’ coro’”[4].

 

     Como una filosofía del caribe el todo se vuelve nada y la nada todo, un modo de burlarse de un pensamiento que busca razones y explicaciones para estas vidas caribeñas precarizadas. Mijail no hace tomar conciencia de estos problemas de tercermundismo con razones, sino con fragmentos poéticos que presentan cómo el cuerpo caribeño es educado para soportar un no futuro[5]. Bourdieu en una conversación con Egleaton señala “las personas dominadas, las mujeres, adquieren el sometimiento a través de la educación del cuerpo. Podría dar algunos detalles: por ejemplo, las chicas aprenden a caminar de un modo determinado, a mover sus pies de una forma particular y a ocultar sus pechos” [6].

 

     La educación sobre el cuerpo, el cuerpo como un foco de aprendizaje del sometimiento que es precisamente un proceso que no es necesariamente asunto de la conciencia. La emancipación como una cuestión del cuerpo. ¿Cómo reconocer el lugar del sometimiento racial y sexual? Nos parece preguntar Mijail. Hay una insistencia por un cuerpo racializado que responde, un cuerpo caribeño que se emancipa, que es todo lo que nos queda. Como pequeñas acciones de performance se presenta este cuerpo negro: “lo primero que hago cuando despierto en las mañanas es ver si mis cejas todavía están sobre mis ojos”[7].

 

     En el texto la afirmación negra no aparece de modo identitario, no es una identidad caribeña solicitando aceptación desde un foco colonial que nomina la política de forma compartimentalizada, sino que se trata de una parodia poética de un texto que no parece poesía sino que más bien ocupa la forma del ensayo para escribir una poética pordiosera. “La queeridad deshace las identidades a través de las que nos experimentamos como sujetos, insistiendo en lo Real de un goce que ya ha sido clausurado de antemano por la realidad social y por el futurismo en que esta se basa” dice Lee Edelman (2014) poniendo atención en cual es el lugar del deseo de un cuerpo que no se hace Real sino sólo como rareza posible, alegando que no todos los cuerpos adquieren un territorio visible como ciertos sexos y la “raza”. Prestar atención en el color de la piel es de antemano un diálogo social y político negado, una negritud que no se piensa como parte de los relatos futuristas de la nación heterosexual donde vivimos. Para romper esta clausura contra lo negro la escritura de Johan Mijail es algo de lo que –ocupando palabras del dominicano Junot Díaz- “los muchachos no pueden parar de hablar (…) y cuya atracción todavía no entiendes”[8]. Como una rareza dentro de una ciudad como Santiago la escritura de Mijail toma  escena como una excepción dominicana, como una rareza dentro de ese estereotipo que piensa sólo como víctimas a los cuerpos caribeños.

 

     ¿Cómo tomar reconocimiento de este sometimiento racial? ¿Cómo se vive siendo un dominado en  un New York chiquito? Un Apocalipsis caribeño, ruinas y
desolaciones en el territorio donde llegó Colón y donde ahora después de 500 años la “estatua de Cristóbal Colón está sola” donde “ya no hay enamorados dispuestos a ir a besarse a los parques ” (pág. 41). Mijail pone un cuerpo isla, inserta corporalidad al territorio. Una isla donde sus habitantes originarios, los Taínos, se rebelaron contra los españoles y “comenzaron a asesinar a sus propios hijos y recién nacidos, a fin de que no sufrieran el destino que ellos debían padecer en carne propia” [9].

 

     Son esas violencias que educan al cuerpo racializado lo que se pone en escena en esta isla donde los relatos civilizatorios del progreso siguen siendo promesas válidas, tan válidas que inmigrantes dominicanos, quizás vecinas de Mijail, llegan a Chile con la información de que aquí en Chile se paga en dólares y de que hay trabajo e incluso cuando llegan aquí notan que no hay tantos negros[10]. Y es que ¿a quién le interesa pensar o hablar del problema social e histórico que se apega al color de la piel? Entonces son esas promesas de un neoliberalismo que genera promesas de un avance y un mejor desarrollo, son esos discursos los que Mijail parodia. Una poética política que derrumba estos sueños económicos civilizatorios y se arma sus propios afectos.

    “El mundo es una trampa donde van cayendo por un hueco enorme muñecos de plástico de todos los tamaños y colores para poder sobrevivir cuando se acaba la naturaleza o cuando comienzan a llover gotas de cemento y a veces piedras” (78).

     Esta ficción con la que se arma Mijail es para una resistencia, la resistencia a articular relatos no victimizarios de la negritud. Sino eso que no esperabas.

     Y debemos afirmar con Mijail como la razón es un lugar de instauración de colonialismos históricos que excluyen esa dimensión donde el cuerpo se articula y no necesariamente desde la razón. Así lo advierte Bourdieu “yo lo llamo una tendencia escolástica, una tendencia a la que todos estamos expuestos: la de pensar que los problemas pueden ser resueltos sólo mediante la conciencia”[11]. Y asimismo aparecen escenas donde las creencias expresan otros modos de habitar que han sido silenciados, donde aparecen fantasmas, espectros más que personas, donde el pan en la puerta servía para no “dejar entrar cualquier energía a la casa. Que lo malo andaba suelto y nuestra responsabilidad es alejarlo”(88). Esta es la voz de los padres del caribe, una que asusta, que reprime y que persigue.

 

     Politizar el color del cuerpo, no significa colorear o travestir superficialmente el cuerpo, sino reconocer los vínculos donde se reproduce la violencia racial. No es mera performance. La raza es una dimensión que no requiere sólo de un grupo humano o que describa a una minoría, sino que está fundada en dimensiones sociales como la familia. Familia, nación y raza es lo que se presenta en este ensayo poético de un cuerpo que se declara isla, donde no hay ninguna familia armoniosa sino que Mijail se enfrenta a los estereotipos de la negritud. “El tambor, la velas, el gagá. Cada una de esas características de nuestros ancestros parece le hicieron algo malo a los presidentes y a los que han tenido, desde siempre, el poder. Los vencedores” (89). ¿Por qué y para qué preguntarse por los ancestros? ¿Cuál es el lugar de lo hereditario en un régimen nacionalista sino sólo restituir el valor de lo sanguíneo de esas “primeras familias” originales? Y como afirma la feminista bióloga Haraway la raza se basa en una diferenciación de sangre, de quién pertenece a qué tipo de origen y a que por favor no se mezclan las sangres. “Los lazos sanguíneos eran los hilos proteicos expulsados por el paisaje físico e histótico de sustancia de generación en generación, formando los colectivos orgánicos altamente entretejidos de la familia humana. En este proceso, donde estaba la raza estaba también el sexo. Y donde estaban la raza y sexo, las precauciones en torno a la higiene, la decadencia, la salud y la eficiencia orgánica” (Haraway, 265). ¿Cuándo unos orígenes sanguíneos, es decir familiares, siguen constituyendo el relato del sujeto? Es decir, donde los orígenes siguen importando, la raza seguirá funcionando como un articulado de exclusión. Algunos tienen el honor de saber y hablar sobre sus orígenes familiares, conocen la herencia de su sangre, otros nos conformamos con imaginar una raza kiltra, una donde las violaciones entre españoles, indias y negras nos difuminaron un pasado biológicamente prístino[12].

 

     ¿Cómo se sobrevive siendo un pordiosero del Caribe? Esa es la pregunta que instala la posición crítica de Mijail resaltando ese lugar del pordiosero que imagina en qué basurero quiere pasar la noche cuando se acabe el mundo o que incluso ha pensado en vender su sudor “para darle tumbe a los extranjeros que todavía creen que somos únicamente palmeras y motoconchos y, del otro, enormes tiendas con ropa muy fea y cafeterías donde he pensado ir a vender mi sudor” (86). Y no es locura, pero también sí, y no es sólo una buena performance, pero también sí, sino que Mijail propone y sigue el juego de la imaginación neoliberal, ese donde un caribeño hace visible que quizás sea posible vender ese cansancio, ese gasto enérgico, ese sudor ya sea sexual o efecto de la explotación laboral, ese sudor que se pone a la venta y que no es visible en las vitrinas. Ese sudor invisible del inmigrante que tampoco sabía que en el sur hacia tanto frío y donde viven negros y negras atrapados en la isla que nos enseñan es Chile.

 

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[1] Recomiendo revisar la investigación periodística sobre las trabajadoras sexuales dominicanas en la región de Magallanes de Chile. “Crece la violencia y los abusos contra mujeres migrantes en Magallanes”. En Ciper. Link: http://ciperchile.cl/2014/12/29/crece-la-violencia-y-los-abusos-contra-mujeres-migrantes-en-magallanes/

[2] Pordioseros del Caribe (2014) Johan Mijail. Editorial Desbordes: Santiago.

[3] Íbid. Pág. 85.

[4] Íbid.

[5] No al futuro. La teoría queer y la pulsión de muerte (2014) Lee Edelman. Egales editores: Barcelona.

[6] “Doxa y vida cotidiana: una entrevista” (2003) Pierre Bourdieu y Terry Eagleton. En Ideología: un mapa de la cuestión, Slavoj Zizek. Fondo de Cultura Económica. Pág. 300.

[7] Pordioseros del Caribe. Pág. 85.

[8] La maravillosa vida breve de Óscar Wao (2008) Junot Díaz. Editorial Mondadori, Barcelona.

[9] La invasión de Haití. La cara sucia de las razones humnitarias (2013) José Antonio Gutiérrez. Witrän Propagaciones, Argentina.

[10] Observaciones realizadas en el contexto de la investigación Fondecyt “Inmigrantes ‘negros’ en Chile: prácticas de racialización/sexualización” a cargo de la Dra. María Emilia Tijoux (2013-2015).

[11] Op.Cit.(2003). Pierre Bourdieu y Terry Eagleton. Pág. 300.

[12] Agradezco a Lucha Venegas, activista CUDS y huacha, esta reflexión.

 

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